viernes, 30 de octubre de 2009

Autoconocimiento

" Muchos siglos atrás Sócrates indicó: "Conócete a ti mismo". También dijo:."Sólo sé que no sé nada". Con estas dos aseveraciones tan simples marcó un camino de libertad, autocontrol, amor a la verdad y al conocimiento. Es muy importante que notemos que no dijo "conoce a los demás", "juzga a los demás", ni tampoco "los demás no saben nada". El primer enfoque nos lleva hacia la sabiduría.El otro, de practicarlo, nos llevaría hacia la soberbia y la ignorancia.

La libertad es el bien más preciado del ser humano. Sobre el derecho a la libertad se basan todos los demás derechos. La sociedad, cuanto más avanzada, más garantiza la libertad individual. Sin embargo, la sociedad sólo puede garantizarnos la libertad exterior. El modo en que usamos esa libertad exterior y la conquista de la libertad interior dependen de nosotros.

Para poder ejercer nuestra libertad tenemos que tener dominio sobre nuestra voluntad, conocer nuestra fuerza interior y cultivarla, conocer nuestras limitaciones y esforzamos por superarlas y también saber respetar la libertad ajena. Esta no es tarea fácil ya que presupone el conocimiento de nosotros mismos, el deseo de aprender y de saber y el desarrollo del sentido de responsabilidad.

Los instintos, los deseos, lo que no sabemos, lo que creemos saber, la ambición, el egoísmo, en general todas las pasiones que nos dominan y controlan, coartan nuestra libertad constantemente. La educación común nos prepara para un cierto grado de autocontrol que nos permite funcionar en la sociedad: controlarnos la indolencia para ir a trabajar; nos sentamos por horas para estudiar; limpiamos la casa en vez de ir a pasear porque nos importa lo que los demás piensan de nosotros. Sin embargo, estos actos de autocontrol no nos hacen sentir rns libres . A menudo nos quejamos del yugo de la vida en sociedad y en familia, de todos los sacrificios que debemos hacer para cumplir con las obligaciones del diario vivir.

El autocontrol que nos libera es el que se basa sobre el conocimiento de nosotros mismos, no el que nace de la represión de las tendencias naturales para responder a las demandas sociales.Este último tipo de autocontrol se establece al mismo nivel de las pasiones y genera luchas interiores y problemas emocionales: como nos identificamos con las pasiones que combatimos, sentimos que, al controlamos, nos agredimos a nosotros mismos. Esto nos encierra en un circulo vicioso de triunfos y fracasos, triunfamos y fracasamos simultáneamente (triunfamos al lograr autocontrol, pero fracasamos en nuestro esfuerzo por alcanzar una libertad que no terminamos de comprender).
Es así que a veces nos encontramos queriendo cambiar el pasado, añorando ser otra vez adolescentes, o volver a la niñez, o cambiar de situación familiar, o cualquier otro escape, para curar las heridas producidas por lo que no fue —o no es— como hubiéramos querido que fuera. En este estado de conciencia la libertad es una quimera. Para superar esta situación es necesario que cambiemos de punto de vista.
La comprensión de nuestra vida y circunstancia particular, el reconocer que no sabemos, el deseo de saber, la necesidad de amar con todo nuestro corazón, son las bases para el conocimiento de nosotros mismos.

Fuente : Cafh un camino de desenvolvimiento- Enseñanzas - Matices de la Oración

domingo, 4 de octubre de 2009

Descubrir nuestra verdadera naturaleza


Había una vez un campesino que fue al bosque vecino a atrapar un pájaro para tenerlo cautivo en su casa. Consiguió cazar un pichón de águila. Lo colocó en el gallinero, junto con las gallinas. Comía mijo y la ración propia de las gallinas, aunque el águila fuera el rey o la reina de todos los pájaros. Después de cinco años, este hombre recibió en su casa la visita de un naturalista. Mientras paseaban por el jardín, dijo el naturalista:

-Este pájaro que está allí no es una gallina. Es un águila. -De hecho -dijo el campesino- es águila, pero yo lo crié como gallina. Ya no es un águila. Se transformó en gallina como las otras, a pesar de tener las alas de casi tres metros de extensión.

-No –dijo el naturalista – ella es y será siempre un águila pues tiene un corazón de águila. Este corazón la hará un día volar a las alturas.

-No, no –insistió el campesino-. Ella se convirtió en gallina y jamás volará como águila.

Entonces, decidieron hacer una prueba. El naturalista tomó el águila, la levantó bien en alto y, desafiándola, le dijo:

-Ya que usted es de hecho un águila, ya que usted pertenece al cielo y no a la tierra, entonces, ¡abra sus alas y vuele!

El águila se posó sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente alrededor, vio a las gallinas allá abajo, picoteando granos y saltó junto a ellas.

El campesino comentó:

-Yo le dije, ¡ella se convirtió en una simple gallina!

-No –insistió el naturalista-. Ella es un águila. Y un águila será siempre un águila, experimentaremos nuevamente mañana.

Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró:

-Águila, ya que usted es un águila, ¡abra sus alas y vuele!

Pero, cuando el águila vio allá abajo a las gallinas, picoteando el suelo, saltó y fue junto a ellas. El campesino sonrió y volvió a la carga:

-Yo le había dicho, ¡ella se convirtió en gallina!

-No –respondió firmemente el naturalista. Ella es águila, poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a experimentar todavía una última vez, mañana la haré volar.

Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron bien temprano. Tomaron el águila y la llevaron fuera de la ciudad, lejos de las casas de los hombres, en lo alto de una montaña. El sol naciente doraba los picos de las montañas. El naturalista levantó el águila al cielo y le ordenó:

-Águila, ya que usted es un águila, ya que usted pertenece al cielo y no a la tierra, ¡abra sus alas y vuele!

El águila miró alrededor. Temblaba como si experimentase una nueva vida. Pero no voló. Entonces, el naturalista la tomó firmemente, en dirección del sol, para que sus ojos pudiesen llenarse de la claridad solar y de la vastedad del horizonte. En ese momento, ella abrió sus potentes alas, graznó con el típico kau, kau de las águilas y se levantó, soberana, sobre sí misma.

Y comenzó a volar, a volar hacia lo alto, a volar cada vez más alto. Voló… Voló hasta confundirse con el azul del firmamento.